Escribe. José Tiberio Castellanos
La Habana, Gobierno de Fulgencio Batista.
Esto ocurrió en el 1958. Eso me parece recordar. Yo trabajaba de locutor en pequeñas emisoras de La Habana.
Trabajaba de suplente. No tenía plaza fija.
Bueno, como pueden imaginarse ya que mi trabajo, en gran parte consistía en leer las noticias. Estaba bien enterado
de lo que ocurría en el Mundo y en especial en La Habana.
Y esta noticia a la que voy a referirme no la leí en alguno de mis turnos. Ni fué leída por algun otro locutor, ese día.
Que no he dicho todavía que en esos días que menciono había, como ocurria entonces durante la dictadura de Batista,
una cierta censura de prensa, en momentos algo floja y en otras ocaciones bastante rígida.
Rígida era la censura en aquellos momentos. Pero la emisora, ademas de los redactores de noticias de la planta,
tenía al igual que tenían otras emisoras, corresponsales de prensa en diversas Oficinas Públicas, que traían a la planta
no solo lo que iban a publicar, sino todo lo demás, inpublicable a veces, pero de lo que ellos se enteraban en los
lugares de su recorrido.
Así me enteré por uno de esos corresponsales que la Policia Represiva del Régimen estaba haciendo pesquizas en las
casas de huespedes y pequeños hoteles de la ciudad.
Tan pronto terminé mi turno fuí al sitio donde vivía, Trocadero 107, casi esquina Prado, por cierto muy cerca de la radio
donde trabajaba, Radio Caribe, y comencé a revisar todos mis documentos y papelesl. Lo primero que hice fué desaparecer
el viejo pasaporte que había traido de Santo Domingo, ademas de algunos libros cuya temática podría dar alguna pista de
mi personalidad.
Y aquí puedo decir que: Gracias a Dios, a tiempo, pues al siguiente día llegó a casa la Policia aquella que antes mencioné.
Nos llevaron a unos diez o doce. No digo que a todos los de la casa. Pero si a los mas o menos extraños al lugar,
y ademas a los muchachos que repartían las cantinas de ese comedor.
Ya en el Cuartel y sentados en una gran sala nos fueron pasando uno a uno a otra pequeña sala de donde casi todos salían,
al menos eso parecía, golpeados o agalleteados. Y ME DEJARON PARA ULTIMO.
Me pasaron a la sala donde estaba el oficial jefe de la oficina. Entré y miré a mi alrededor. Habia una coleccion de armas
colgadas en la pared. Sin peines, por supuesto. Y una silla delante del buró del Comandante que lucía muy entretenido
revisando unos papeles.
Como quiera que algunos critican, aquellas marchas y formaciones militares que en aquel tiempo se hacian en las escuelas en Santo
Domingo. Yo puedo decir que algunas cosas aprendí alli.
Nadie me dijo que me sentara. Sencillamente me abrieron la puerta y yo entré. Pero no me senté. Me paré firme junto a la silla
enfrente del oficial. Este disque muy metido en los papeles. Yo, de pié y firme, concentro mi mirada a la cabeza del oficial.
Levanta entonces la cabeza y choca con mi firme mirada.! Siéntese, Castellanos! me dice en un tono cordial. Me siento y conversamos.
.
Bueno, pensé. Si este es quien dá los galletazos, yo me he librado de ellos. Ocurre que este oficial hablaba conmigo, eso me pareció,
aunque no me lo dijo directamente, como si yo fuese un guardia dominicano. Pues sí sabía que yo era dominicano. Pero algo mas.
Como el Gobierno Americano no quiso venderle las armas que Batista necesitaba para combatir las guerrillas, Batista comenzó unos
tratos con Trujillo que le envió aquellas "San Cristóbal", Y que Batista parece que solo pagó en parte. Y en esos dias de aquellos tiatos
se decía que habia en la Habana algunos agentes secretos de Trujillo.
El caso fué que algunos momentos despues todos salimos para casa. Me decian algunos de ellos: "¿Y a ti, no te pegaron?" Yo les respondía.
Así que tu querias que me pegaran. Pero, a ninguno le conté por qué no me pegaron como ellos esperaban.
Un abrazo,
Tiberio
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